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British Medical Journal
Más de la mitad de los nuevos fármacos que se incorporan al sistema de salud no han demostrado beneficios adicionales
Especialmente en Psiquiatría/ Neurología o la diabetes


La tendencia de las agencias reguladoras de medicamentos a nivel mundial es acelerar los procesos de desarrollo y aprobación de nuevos fármacos. Esta estrategia se basa, por un lado, en el argumento de que esta agilidad y rapidez en el acceso a la innovación beneficia a los pacientes y, por otro, en la idea de que las nuevas opciones terapéuticas son per se mejores que las ya comercializadas. Sin embargo, las investigaciones al respecto desde la década de 1970 apuntan a que solo un número limitado de los nuevos medicamentos suponen un avance destacable respecto a los fármacos disponibles. La mayoría de estos estudios sitúan el porcentaje de innovación “real” por debajo del 15%.

Para profundizar en esta cuestión, un grupo de investigadores liderados por Beate Wieseler, directora del Departamento de Evaluación de Medicamentos del Instituto para la Calidad y Eficiencia en la Atención de la Salud (IQWIG), en Alemania, llevó a cabo el estudio “New drugs: where did we go wrong and what can we do better?” (BMJ 2019;366:l4340).

Su análisis se centró en 216 nuevos fármacos evaluados por el IQWIG entre 2011 y 2017, comercializados tras recibir la aprobación regulatoria. En el caso de la agencia alemana, ésta está obligada por ley a investigar el beneficio añadido de los nuevos fármacos en relación con las terapias estándar (información que, a su vez, determina el precio y las pautas terapéuticas), clasificándolo en ligero, considerable o importante. Además, la mayoría de los fármacos estudiados habían sido autorizados por la Agencia Europea del Medicamento (EMA) para su uso en toda Europa.

Wieseler y sus colegas comprobaron que sólo 54 de los fármacos (el 25%) habían demostrado un beneficio añadido considerable o importante, mientras que en 35 (el 16%), el beneficio había sido ligero o no se había podido cuantificar. En el resto, la evidencia disponible no demostró ningún beneficio adicional sobre la terapia estándar en términos de mortalidad, morbilidad o la calidad de vida de los pacientes.

Asimismo, de los 89 fármacos con un beneficio añadido, en 51 (el 58%) esta aportación implicaba a toda la población de pacientes para los que habían sido aprobados, mientras que los 37 restantes (42%) demostraron ese beneficio solo en una parte de los mismos.

Los datos reflejaron datos especialmente significativos en algunas especialidades. Por ejemplo, en Psiquiatría/Neurología y en el área de la diabetes, las evidencias de un beneficio añadido fueron de sólo un 6% en los fármacos y de un 17% en las evaluaciones, respectivamente. Entre las posibles explicaciones a esos bajos porcentajes podría estar el hecho de que el desarrollo y la aprobación de los medicamentos no se hace de forma uniforme en todas las indicaciones (por ejemplo, el arsenal terapéutico en oncología es mucho más numeroso que en otras patologías).

Según los autores, uno de los argumentos más empleados para justificar esta falta de evidencia de los nuevos fármacos respecto a sus beneficios añadidos al obtener la aprobación regulatoria es que se trata del “precio a pagar” por facilitar un acceso más rápido de los pacientes a las nuevas moléculas, quedando “aplazada” la verificación de este beneficio para un estudio posterior a su comercialización, algo que, en realidad, no se hace.

Así lo reflejó, por ejemplo, una evaluación sistemática de fármacos oncológicos aprobados por la EMA entre 2009 y 2013, al demostrar que la mayoría de ellos habían recibido la aprobación sin aportar evidencias de beneficios clínicamente significativos en aspectos relevantes para los pacientes (supervivencia, calidad de vida), y sin que ningún estudio ofreciera esta información años después. Esto confirma la práctica generalizada de no llevar a cabo esas pretendidas comprobaciones post-comercialización y también la falta de interés de las agencias reguladoras por sancionar este incumplimiento.

Otro aspecto interesante que se desprende del estudio es la constatación de que los nuevos tratamientos antitumorales que actúan sobre el genoma, y que suponen una parte importante de los fármacos con beneficios añadidos demostrados, sólo aportan tales ventajas a un grupo reducido de pacientes con cáncer avanzado, mientras que para el resto, el avance que ofrecen respecto a terapias más antiguas puede ser incluso menor del que sugieren las evaluaciones, según los autores.

En cuanto a los efectos en el sistema sanitario de esta falta de evidencias, en opinión de los investigadores, impide que tanto médicos como pacientes reciban información completa e imparcial acerca de lo que pueden esperar de estos tratamientos, y, en el caso de estos últimos, limita su capacidad para tomar decisiones sobre el manejo de su enfermedad, haciendo muy difícil lograr el empoderamiento y la medicina centrada en el paciente al que aspiran los sistemas de salud.

Como solución, los autores propusieron adoptar un nuevo enfoque en el que los responsables de los organismos reguladores sean mucho menos permisivos y tolerantes respecto al “acortamiento” de los procesos de desarrollo de nuevos fármacos, exigiendo evidencias sólidas a largo plazo a través de ensayos controlados y aleatorizados en fase III que, además de demostrar la eficacia y seguridad, arrojen datos que permitan evaluar la tecnología sanitaria.

Otra medida efectiva sería priorizar las opciones terapéuticas que demuestren unos resultados claramente relevantes para los pacientes a la hora de tomar decisiones sobre el reembolso y la fijación de precios, evitando incentivar a las que se apoyan en evidencias muy inciertas.

Asimismo, Wieseler y sus colegas demandaron una actitud más proactiva por parte de los responsables de las políticas sanitarias que les lleve a plantear el desarrollo de nuevos fármacos en función de criterios basados en las necesidades de la población en vez de esperar a que estas iniciativas partan de la industria farmacéutica.

En conclusión, el estudio refleja que las actuales políticas que regulan la comercialización de nuevas terapias en Europa han demostrado ser insuficientes, siendo necesaria una acción conjunta de la Unión Europea y, a nivel nacional, de los estados miembro, para redefinir los objetivos de salud pública y revisar el marco normativo, especialmente en lo que se refiere a la introducción de nuevos modelos de desarrollo de fármacos enfocados hacia lo que debería ser la principal prioridad de la atención sanitaria: las necesidades de los pacientes.

Referencia

Wieseler B, McGauran N, Kaiser T. New drugs: where did we go wrong and what can we do better? BMJ 2019; 366 :l4340. doi: https://doi.org/10.1136